Biografía de Otto von Bismarck-Schönhausen




El político prusiano Otto von Bismarck unificó los estados alemanes en un único Imperio. Señaló en una ocasión que los grandes problemas de Alemania no se resolverían con discursos ni decisiones parlamentarias, sino con "sangre y acero".

Otto von Bismarck-Schönhausen (1815-1898), político prusiano, artífice y primer canciller del segundo Imperio Alemán (1871-1890).
Bismarck nació en Schönhausen, al noroeste de Berlín, el 1 de abril de 1815. Su padre era un terrateniente de la nobleza y su madre pertenecía a la burguesía acomodada: su heterogénea formación es la causa de una personalidad en la que se funden la sutileza intelectual y el provincianismo de la aristocracia conservadora. Estudió leyes y comenzó a trabajar al servicio del Estado en 1836. Dimitió un año después para ocuparse de la administración de los bienes de su familia, poco productivos, y consiguió que volvieran a ser rentables.
Guiado por una fuerte ambición de poder, Bismarck se introdujo en la política en 1847. Mientras fue delegado de la primera Dieta prusiana, destacó como uno de los más férreos conservadores; al estallar la Revolución de 1848 se apresuró a ir a Berlín para recomendar encarecidamente al rey Federico Guillermo IV que reprimiera la sublevación. Su consejo no se tuvo en cuenta, pero su lealtad fue recompensada al ser nombrado representante prusiano en la Confederación Germánica, la liga de los 39 estados alemanes, en 1851. Pasó a ser embajador en Rusia en 1859 y fue destinado a Francia en 1862.
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LA UNIFICACIÓN
La unificación alemana
En 1871, la unión de la Confederación de Alemania del Norte con otros estados germánicos dio paso a la creación del II Imperio Alemán, tras un proceso que ha dado en llamarse de unificación alemana. Este mapa ilustra las distintas etapas del mismo a través de los cambios territoriales que acabaron por suponer la creación de un único Estado alemán.

En este mismo año, la encarnizada disputa entre el gobierno prusiano y el Parlamento sobre la ampliación del Ejército había llegado a un punto muerto. En 1861, el Parlamento había concedido al gobierno fondos adicionales para realizar estas reformas, pero en 1862 se negó a entregarlos si no se llevaba a cabo una reducción de tres a dos años en el servicio militar obligatorio. El rey Guillermo I no cedía por temor a que los reclutas no estuvieran suficientemente imbuidos de los valores conservadores, y precisamente por esta razón el Parlamento, con mayoría liberal, insistía en obtener esta concesión.
A fin de salir de este estancamiento, Bismarck fue nombrado primer ministro. Procedió a recaudar impuestos adicionales de acuerdo con el presupuesto de 1861, alegando que, puesto que en la Constitución no se disponía nada en el caso de una paralización de las negociaciones, se veía obligado a aplicar el presupuesto del año anterior. Para justificar la ampliación del Ejército, y refiriéndose a la unificación de Alemania, advirtió lo siguiente: “las grandes cuestiones del momento no se solucionarán con discursos ni con decisiones adoptadas por mayoría, sino con sangre y acero”.
La opinión pública comenzó a inclinarse a su favor en 1864, cuando Bismarck utilizó al reorganizado Ejército prusiano, en alianza con Austria, para arrebatar las provincias de Schleswig y Holstein a Dinamarca. Dos años después, convirtió la disputa por estas conquistas entre Austria y Prusia en una guerra contra Austria y los restantes estados alemanes, la denominada Guerra Austro-prusiana o guerra de las Siete Semanas. Tras una campaña fulminante, Bismarck anexionó Schleswig-Holstein, Hannover y algunos territorios más a Prusia. Asimismo, reunió a todos los estados del norte y centro de Alemania en la Confederación de Alemania del Norte, bajo el control prusiano. Ante estos acontecimientos, el Parlamento de Prusia cedió y sancionó con carácter retroactivo sus estratagemas financieras de los cuatro años precedentes.
En 1870, Bismarck consiguió involucrar a Francia en una guerra contra los estados alemanes (la denominada Guerra Franco-prusiana). Confió en que, ante el entusiasmo nacionalista que se desataría, lograría atraer a los indecisos estados alemanes del sur al proyecto de una Alemania unificada. Y su plan tuvo éxito: en 1871, el Imperio Alemán (conocido por la historiografía como el II Imperio Alemán), incluidos los estados del sur, reemplazó a la Confederación de Alemania del Norte y el rey de Prusia se convirtió en el emperador de Alemania.
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EL CANCILLER
Bismarck fue designado canciller imperial por Guillermo I, en 1871. Aquél consideró como su principal misión la consolidación del Estado recientemente unificado. En su política exterior buscó el fortalecimiento del Imperio mediante el establecimiento de una red defensiva de aliados; en cuanto a la política interior, luchó contra todo aquel que cuestionaba sus medidas. Los católicos, que se opusieron a la creación de un Estado centralizado, fueron víctimas de su cólera en la llamada Kulturkampf contra la Iglesia; también debilitó enormemente a los socialistas mediante restricciones para el Partido Socialdemócrata de gran repercusión; así mismo venció a los liberales al cuestionar su patriotismo. Bismarck consiguió desacreditar a los liberales, pero tuvo que reconciliarse con los católicos y, aunque no llegó a derrotar a los socialistas, la legislación en materia de asuntos sociales que él implantó (seguro social médico y de accidentes y jubilación) abortó cualquier proyecto revolucionario que hubieran elaborado.
El emperador Guillermo II, que no era partidario de la cauta política exterior del canciller y que rechazaba sus nuevos planes para aplastar al proletariado por la fuerza, destituyó a Bismarck en 1890. Desde entonces se retiró a sus propiedades cerca de Hamburgo, donde falleció el 30 de julio de 1898. Había contraído matrimonio con Johanna von Puttkamer en 1847 y fue padre de dos hijos y una hija.
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VALORACIÓN
En su afán por llevar a cabo la unificación de Alemania, Bismarck no sólo recurrió a “la sangre y al acero”. Todos sus pasos fueron meticulosamente calculados y puso fin a todas las guerras iniciadas en cuanto veía cumplidos sus objetivos. Su moderación se atenuó en los asuntos nacionales, agrandando las diferencias sociales y políticas existentes y provocando el rencor en sus adversarios al cuestionar su buena fe.


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